ser real en un mundo que premia a las máscaras
¿qué tanto editas de ti mismo para ser aceptado?
Jamás me imaginé lo díficil que sería atreverme a ser real. No pensaba en que para mostrarme al mundo tal cual soy tendría que hacer un montón de trabajo interno porque el miedo de ser vista se refleja en la manera en que hablo, me visto, escribo, existo.
Hay memorias que el cuerpo guarda pero que la mente no entiende. Hay memorias que me pertenecen y otras que fueron parte de mi linaje, o del colectivo de ser mujer.
Empecé a hacer el trabajo interior por mi propia historia, seguí avanzando hasta que me topé con algo más grande, había heridas que ya no solo formaban parte de mi río si no que se juntaban con el mar.
Sé que no se trata de estar sanando todo el tiempo, que es un juego de dos lados, hago el trabajo interno y me doy cuenta que sané cuando expongo la herida al aire libre y ya no me duele como antes, al inicio probablemente incomode pero después pasa a formar parte de la piel. Una sanadora debe saber curarse pero también estar expuesta a la vida sabiendo que en cualquier momento puede aparecer otra herida. Y por eso último, creo en que una persona que le dice que sí a la vida con todo su libre albeldrío empieza un camino lleno de su propia medicina.
Hay un momento en que el camino forma parte de algo más grande y es ahí donde ya no hay vuelta atrás, lo personal se convierte en impersonal, tus heridas también son mis heridas, tu dolor también es mío, las injusticias también las siento yo.
Tengo una sed de cosas reales: amores, amistades, conexiones, pláticas, comidas, música, arte, sensaciones. Todo aquello que sea humano y no manipulado. Tengo una sed inmensa de hablar desde la crudeza, lo incómodo, la vergüenza, los errores, los fracasos, el silencio, la duda.
Tengo ganas de exponer la herida,
para que sane,
para que sea cicatriz,
quitar la máscara que no la deja respirar,
porque la máscara no es
m
í
a,
pero la herida sí y la quiero palpar.
A este punto no hay nada más revolucionario que ser real.
EL MIEDO A SER VISTA
Kierkegaard decía que el individuo se enfrenta a una "angustia de ser uno mismo", porque ser auténtico implica asumir la responsabilidad total de lo que uno es. Al exponerse tal como uno es, se corre el riesgo de ser rechazado, juzgado o incomprendido. Entonces, usamos máscaras porque nos protegen del dolor de la exposición, del juicio externo, y del vértigo de la libertad que implica elegirnos a nosotros mismos con todo lo que somos.
Simone de Beauvoir hablaba de cómo las personas muchas veces eligen ser "lo que otros esperan que sean", porque la sociedad ha sido estructurada para premiar la conformidad. Mostrar el verdadero ser puede romper con normas o expectativas, y eso amenaza nuestra inclusión. En redes sociales esto es aún más visible: es más fácil mostrar una versión aceptada que una verdadera, porque la aceptación se convierte en validación.
LA HERIDA VS LO REAL
La herida espera algo a cambio, lo real no espera nada.
La herida se pone máscaras para pasar desapercibida, lo real sangra.
La herida busca manipular el exterior porque cree que de esa manera será curada.
Lo real sigue existiendo cuando se cierran los ojos, lo puedes palpar.
Lo real no se edita, se lanza y se toma como viene.
Lo real no es premiado ante el público, corre el riesgo de ser rechazado, de morir en silencio.
Lo real no se agota, siempre vive aunque las máscaras traten de asfixiarlo, hasta que encuentra la manera de salir y arrasa con todo aquello que le impide ver la luz del sol.
Lo real está vivo en ti,
hoy,
aquí.