Me acuerdo de mi cumpleaños número 16 cuando esperaba que me felicitara aquel chico que me gustaba, no lo hizo, lloré.
He llorado más de una vez en mi cumpleaños y cada vez me prometo que será la última vez que lo hago, pero al siguiente año las lágrimas me vuelven a encontrar.
El pasado viernes 13 cumplí 27 años, ese día me dejó rota, atropellada y desgarrada.
¿Por qué se desea un feliz cumpleaños si el último invitado en llegar a mi fiesta es la felicidad?
¿Por qué para celebrar un cumpleaños tiene que haber un otro que te cante las mañanitas? ¿Qué pasa con todos aquellos que están en solitud ese día y no tienen a ese otro?
Llega el juez de los cumpleaños, los destierra de su banquete y los condena a pasar el día más triste del año.
Me niego a creer esa historia que permanece navegando en los mares del incosnciente de la sociedad, aunque para ser sincera no sabía que me la había comprado hasta que me vi ahí, siendo exiliada de tener un abrazo sincero el día de mi retorno solar.
“¿Qué quieres de mi?”, le decía al cielo, a la tierra, al espacio vacío donde flota un Dios mientras sollozaba como si hubiera perdido lo más preciado que he tenido. En mi tanta desesperación me fui a la iglesia más cercana y tomé el papel de una maria magdalena inundada en el llanto, un abrazo sincero era lo único que pedía.
El ritual de cumpleaños se ha banalizado. En vez de conexión, muchas veces hay automatismo: mensajes vacíos, emojis sin alma, promesas de celebración que no llegan. Y ahí aparece la desilusión: el día que se suponía sagrado se vuelve rutinario.
La tristeza nace del desencuentro entre lo que el alma espera —ser honrada— y lo que el mundo ofrece —una notificación.
Jacques Lacan plantea que desde pequeños nos formamos a través de la mirada del otro. Es el espejo simbólico que nos devuelve una imagen de quienes somos. En ese sentido, el cumpleaños es una especie de ritual de la mirada: ese día esperamos ser vistos con mayor profundidad, con ternura, con celebración.
Si los mensajes o gestos son automáticos, impersonales o vacíos, esa mirada no me ve verdaderamente. Solo me “usa” para cumplir con un deber social, y eso puede desencadenar una sensación de invisibilidad existencial.
Como dicen coloquialmente, más vale calidad que cantidad. Aunque, aquí hay una línea delgada que hay que tener cuidado de cruzar; yo soy de las que espera algo de las personas a mi alrededor, sobre todo de mis seres queridos, no me puedo ver como un objeto aislado y desapegado por completo de los demás, necesito de la comunidad, espero ser celebrada por mis seres queridos pero erroneamente he caído en responsabilizarlos de mis propias expectativas y eso duele.
Escribí en mi diario: sigo anhelando compañía, que llegue alguien con flores a mi puerta y esté feliz de mi existencia. Las flores están de más, alguien que esté feliz de mi existencia y me lo diga con una mirada sincera.
Cuando las expectativas no se cumplen algo se rompe, hoy puedo escribir que eso es algo muy bueno. Pero como primera reacción el corazón opta por cerrarse para ya no ser lastimado y aquí es donde aparece la tristeza, apatía, nostalgia y el vacío. Pero se abre una pregunta profunda, “¿quién soy yo si nadie me reconoce?”.
Cada año me he roto un poco más, sobre todo en el cumpleaños anterior y el de este año, me he visto envuelta en solitud. La grieta que se forma no es capaz de llenarse con las felicitaciones que recibo, he aprendido a no culpar o responsabilizar al otro, la versión adulta que ha emergido en mi me ha hecho ver con claridad todo y a ella es a quien espero en cada cumpleaños porque en el fondo del mar que se vació encontré un tesoro, mi propia presencia, cosa que no hubiera encontrado en compañía de más personas, necesitaba verme sola en la mesa el día de mi cumpleaños para llegar a ello.
Este año fue la confirmación de que el día de mi cumpleaños lo quiero pasar de la manera más íntima posible, conmigo misma, escribiendo, tomando un vino, prendiendo una vela, porque al final es mi día.
Cada uno debe inventar su propio ritual de celebración de la vida, así se evita de estar esperando ilusiones en el día en que más se revela la propia verdad.
Simone Weil decía que la forma más pura de amor es la atención profunda. Es urgente que ese día uno se sepa poner atención, devolverse la mirada propia y llenarse de ella. Sentir el significado de la vida con todos sus contrastes, sea lo que ese día tenga preparado para ti.
la verdad de cumplir años es que es un día donde me toca mirar todo lo que soy y celebrarlo, donde a veces es necesario romperse para vaciarse toda y contemplar de lo que se está hecho. Lo que más me ha costado celebrar han sido mis sombras pero al final lo he logrado y he descubierto una luz mucho más brillante en ellas, una luz que me acompañará en este año de vida que estoy empezando.
Aquí una foto del día siguiente de mi cumpleaños, con una sonrisa sincera proveniente de las entrañas.
Gracias a mis amigas por celebrar la existencia de este ser.